jueves, 22 de agosto de 2019

EL VIOLINISTA TÓXICO


A los 22 años mi autoestima estaba por los suelos.
Estudiaba tantas horas el violín que no invirtiera nada en mis relaciones personales. Me creía muy superior a los demás y no quería hacer música de cámara con “cualquiera” (de hecho un maestro apodó a mi grupo de cámara “cuarteto ego”). Me sentía satisfecho con mi destreza técnica pero no encontraba respuesta al por qué mis nervios a la hora de tocar seguían subiendo.
En 2006 la dirección de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Veracruz (OSJEV) decidió que los puestos de principales de sección y concertino ya no fueran ocupados por los maestros sino por los estudiantes. Se convocó una audición abierta. Mi maestro me invitó a participar diciéndome que era el más adecuado para ocupar ese puesto. Me emocioné mucho porque siempre vi la posibilidad de ser concertino muy lejana.
Mi poca humildad hizo que no pidiera ayuda para preparar la audición. Estudié por mi cuenta y me presenté en el día y la hora acordada. Todos mis compañeros estaban calentando en la sala de ensayos y de pronto un compañero que también se iba a presentar a la audición de concertino me preguntó cómo hacía una digitación del solo de Sheherezada. Yo se la pasé pensando dentro de mi “si me lo está pidiendo quiere decir que vengo mejor preparado que él”. Hicimos la audición y varios días después pegaron la lista de resultados en la que el puesto de concertino se declaró “Desierto” y mi compañero y yo salimos como asistentes de concertino.

En la convocatoria se citaba a una entrevista con el director adjunto. Llegué a su oficina y me dijo “felicidades por tu audición, tocaste muy bien pero tu nivel no es suficiente para ser concertino, por lo tanto decidimos darles un empate entre tu compañero y tú. Ambos ganarán la beca de asistente (que eran mil pesos mexicanos menos) Aceptas?” Yo contesté como adolescente rebelde “pues no me queda de otra” y me fui muy enojado.

Esa tarde la pasé mal en compañía de mi ego y mi frustración pensando que el resultado era injusto, que yo debí ganar y que se estaba cometiendo una injusticia. Al mismo tiempo mi compañero se había ido a celebrar con los amigos que también quedaron en la orquesta por haber ganado el puesto de asistente. Ambos habíamos ganado pero él estaba celebrando y yo estaba rezongando.

El nombre del violinista es Héctor Hernández.

Héctor se desempeñó como asistente de concertino de la OSX el semestre pasado, actualmente trabaja en la Sinfónica de Guanajuato en el mismo puesto. Nos seguimos contando cosas y anécdotas, en el último concierto que hicimos juntos me dijo “me da gusto verte tan feliz y pleno en lo que estás haciendo”. 
Somos amigos desde la infancia, lo conocí cuando empezamos a estudiar violín con el maestro Antolín Guzmán en una orquesta típica. Hemos caminando juntos durante la carrera, entramos a la facultad de música, después a la juvenil y después a la YOA. Lo que más he aprendido de él es la humildad. De hecho tenemos una anécdota sobre un juguete que no le presté en una gira que contaré más adelante. Es una persona muy sencilla, buen amigo, compañero y siempre dispuesto a hacer su mejor trabajo. Un día me dijo de broma “las estrellas necesitan oscuridad para brillar” lo que me hizo pensar en mi egocentrismo musical.

Gracias Héctor por enseñarme tanta humildad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario