Las situaciones
dolorosas que comparto evidentemente han sido trabajadas en terapia y puestas
al servicio de las personas que me consultan. La finalidad de estas
publicaciones como siempre es crear conciencia y hablar de lo más valioso que
tengo: mi experiencia.
Mi familia se
mudó a Xalapa cuando yo tenía 8 años. Mis papás tuvieron que endeudarse con el
banco para pagar la casa y entonces la devaluación de 1994 hizo que el precio
se triplicara. Mis papás trabajaban y viajaban toda la semana a trabajar. Mis
tres hermanos mayores quedaban a cargo de la papelería y de mi hermano menor y
yo.
Por mi parte yo
iba a clases de música en las tardes y me tocaba cuidar a mi hermano.Yo tenía 9
y el 6 años. Tomábamos el camión en la avenida Xalapa hasta la Escuela Normal
Veracruzana, de regreso hacíamos lo mismo. A esa edad se me hizo fácil pasar a
casa de un vecino que tenía Nintendo a jugar por espacio de media hora y
decirles a mis papás que no pasaba el camión. Un día mi papá se dio cuenta y
nos castigó a ambos, tomó el cinturón y nos dio siete nalgadas a cada uno. Con
dolor salimos corriendo llorando hasta el segundo piso de la casa (todavía
cuando subo esas escaleras es inevitable acordarme). Las nalgas me ardían de
dolor y no tuve más remedio que abrazar a mi hermano menor que también lloraba.
Sentí una rabia tremenda y estuve a punto de llamar a la comisión de derechos
humanos que estaba por la casa pero pensé que me podía ir peor. Tenía ganas de
matar a mi padre por lo que nos hizo pero principalmente por abusar físicamente
de mi hermano enfrente de mí, no hay peor castigo que lastimen a alguien que
quieres y que internamente sepas que después te toca a ti. Tal vez ahí nació mi
ansiedad, mi mayor momento de miedo escénico son los instantes anteriores. Hubo
algo peor ese día, mi madre fue a vernos y en vez de consolarnos me dijo “ve a
pedirle perdón a tu papá”. No te puedo describir por aquí el coraje que sentí
cuando me dijo eso pero como buen niño con ganas del cariño de papá fui a
hacerlo.
Esa noche fue
una de las más duras para mí, por una parte odiaba a mi padre y por otra mi formación
judeo-cristiana decía en el cuarto mandamiento: “honrarás a tu padre y a tu
madre”. ¿Qué podía hacer un niño de 9 años si en este momento el hombre de 34
está sintiendo que sus músculos se contraen? ¿Qué hacer con ese odio que sentía
genuinamente pero sin poderlo depositar en sus abusadores? Hacerlo contra el
mismo. Esa noche me prometí: “Me convertiré en alguien perfecto, así mi papá ya
no tendrá argumentos para volver a pegarme, seré el mejor en clase, tendré las
mejores notas y así aseguraré el cariño y el respeto de ellos”. Había nacido mi
autoexigencia.
La
autoexigencia es una emoción que lleva culpa y la culpa lleva al castigo. Yo no
podía enojarme con mis papás estaba prohibido por la religión que creía
profesar. Entonces dirigí esa energía hacia mí. Me he lastimado desde entonces
tratando de ser el mejor, exigiéndome cada día más, no sintiéndome suficiente,
no descansando, estudiando sin parar.
El enojo que
retroflecté para salvarme no se quedó ahí, lo pude guardar por un momento pero
con los años se convirtió en bulimia. Comía mucho y me llenaba hasta saciarme y
no me quedaba más que vomitar para seguir comiendo. Con el tiempo no podía
dormir, tenía mucho reflujo y una vez casi me ahogo en la noche. A los 16 años
empecé a despertar sin ganas de levantarme, estaba emocionalmente desconectado
de mis papás y me empecé a refugiar en mis amigos, tal vez por eso la orfix
tiene toda la atención que tiene de mi parte. Me di cuenta de que estaba
deprimido porque sentía una desilusión y desesperanza de no poder continuar,
además había reprobado los primero parciales de la Oficial B después de ser el
mejor promedio de generación de la secundaria.
Llegué a
terapia, mi terapeuta Araceli González con mucha sensibilidad me fue guiando
hasta explicarme los procesos que he comentado. El retroflector se hace a uno
mismo lo que no le puede hacer a los demás. Preferible lastimarse que lastimar
a un ser querido. Cn la terapia pude salir de la depresión, dejar de vomitar y
enfrentar a mi padre. Cuando lo hice me dijo que no se acordaba pero que lo
disculpara. Fue suficiente, empecé a entender que ya había crecido y que no
podía regresar el tiempo para que las cosas fueran diferentes sin embargo me di
el regalo de poderme acercar emocionalmente a mi padre a los 18 años.
Las personas me
preguntan si es necesario confrontar a la persona que te abusó. Yo les respondo
que mientras el niño/a que fue abusado no tenga voz seguirá manifestándose con
cualquier psicopatología o enfermedad. Es importante hacerle saber a quien lo
hizo lo que hizo, los costos, lo que sentiste y algunas autores refieren que
también puedes pedir una reparación a cambio. Lo que pedí fue más cercanía.
En la
actualidad me llevo muy bien con mi papá, somos dos adultos. Ahora puedo ver
que en su esfuerzo por mantener una familia de 5 hijos con una devaluación
encima cometió errores. Es humano. También comprendí que a él le fue peor con
mi abuelo y que finalmente lo hizo porque creyó que era lo más conveniente. Lo
entiendo pero no lo justifico. Así es como piensa un adulto.
Gracias amigos
por leerle, escribir esto y leer lo que me escriben por los comentario e inbox
ha sido algo tan sanador para muchas personas que me motiv a seguir
compartiendo estas experiencias.
La terapia está
evolucionando y si lo que escribo ayuda a curarte o a darte cuenta por donde
empezar estas líneas toman un sentido balsámico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario