Venimos al
mundo sin creencias. Nos adopta una familia y una cultura. De ahí empezamos a
introyectar cosas del entorno que tienen mucho peso para nosotros. El nombre
que nos ponen es el primer introyecto, si le buscas es una proyección de algo
que quieren o no quieren que seas. El segundo introyecto es cómo
comportarte
con la familia, ya sea en el plano intelectual, emocional, creativo sexual y
material.
Dos de los
introyectos más poderosos que aprendí en mi más tierna infancia fueron un
positivo: eres inteligente y uno negativo: no eres atractivo. Cuando hay varios
introyectos se forma un pensamiento resultante: mientras más inteligente sea
puedo disfrazar mi fealdad. Estos introyectos se fueron tatuando en mi psique
con eventos fuertes. Cuando en la escuela sacaba puro 10 “eres inteligente” se
imponía, cuando una niña me decía que no quería ser mi novia entonces el “soy
feo” tomaba fuerza. Con el tiempo aprendí entonces a posar mi valía en
estudiar, destacar para que la “gente” (proyección del introyecto) no me
rechazara (miedo básico).
Estudié la
primaria, secundaria y facultad a la mano de ese introyecto, camuflando mi
“fealdad” con reconocimiento, primeros lugares, concursos, etc. Mientras más
llamaba la atención reforzando el “soy inteligente” me alejaba del dolor que me
producía el “soy feo”. Desde esos introyectos, que escondían un inadecuado amor
propio construí mis primeras relaciones.
Entonces
llegó alguien a mi vida que sin pena me dijo “qué guapo eres”. La persona que
me lo decía era una persona súper atractiva, ojos verdes, mirada seductora,
simpática, con muchos admiradores y para gozo mío, con un sexy acento
colombiano. Mi psique empezó a tambalear, estaba acostumbrado a pensar que las
chicas que se me acercaban lo hacían por admiración a mis logros y no porque
realmente les gustara. Pasó el tiempo y me di cuenta que realmente le gustaba a
esta chica, me lo demostraba todo el tiempo, le gustaba mi persona y además
también me admiraba.
Con el tiempo
empezamos a salir y le dije que quería algo serio con ella. Aceptó. Después de
cuatro años de novios y dos de vivir nos casamos. Sólo su presencia hace añicos
mi introyecto (además de que lo he trabajado en terapia).
Como algunos
saben apliqué para un concurso internacional de dirección del cual ya hasta
olvidé la fecha en la que salen los resultados para los que pasan a la final.
Anita me dijo “mi amor para mí usted ya es un ganador, me importa poco si ganas
o no ganas, si pasas a la final o no pasas, celebremos que estamos juntos y que
estamos pasando la mejor época de nuestras vidas”
Por eso y por
todo lo que ustedes ven a la distancia, Ana es el mejor regalo que me ha dado
la vida, pareciera que todo lo vivido fuera una anacrusa para encontrarla en
una etapa más sana.
Hoy Anita
cumple un año más de vida, muchas personas la quieren, muchos conocidos me
preguntan por ella. Es una gran ser humano con una autoestima tan grande que
destroza todas las creencias sobre ser insuficiente con los que se relaciona.
Mucho que
agradecer tenemos a esta chica de mirada y estatura tierna. Muchos años más en
este mundo.
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