Un músico
feliz llegó a un conservatorio donde estaban docenas de músicos estudiando.
Algunas personas que lo conocían decían “Este colega está loco, dice que hay
que tocar para uno mismo, no para los demás”. El músico feliz los invitó a
platicar y les habló con metáforas: ¿Cómo vamos a ignorar
al público si gracias
a ello existe nuestra profesión?
La labor del
músico implica un público pero no significa que éste sea el objetivo. Piensen
en el momento que la música los atrajo, seguramente era una persona que estaba
disfrutando lo que estaba haciendo, y muy probablemente el foco de esa persona
no eran ustedes sino disfrutar lo que estaba haciendo. Debido a eso los sedujo
y henos aquí. No se trata de ignorar al público se trata de ofrecerle nuestra
mayor autenticidad: conectarnos con lo que interpretamos enfrente de ellos pero
no para ellos. Quien interpreta para el público le da todo su poder. El público
es el lienzo donde deposito todas mis proyecciones. Si dentro traigo un juez,
los veré como jueces, si dentro traigo a una persona comprensiva así los veré.
En verdad les digo que el público disfrutará más a un músico que se conecta e
interpreta para sí mismo que un músico que intenta vender la idea de que está
haciendo lo que esté haciendo para complacerlo.
Adaptado para
músicos del Evangelio de hoy, Marcos 3 20-35
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