
No tengo una relación cercana con la muerte, cuando murió mi abuela (la única que conocí en vida) estaba más triste por ver a mi papá que por el mismo hecho. No tenía una relación cercana con ella a pesar de que seguro que me quería. Han muerto muchos familiares, tíos, tías, primas, primos. Sin embargo con pocos de ellos tenía una relación estrecha.

Llegamos al mundo sin creencias, nos adopta una micro cultura llamada familia de la que aprendemos todo, dentro de lo más importante: a relacionarnos con un otro. Empezamos con mamá, luego con papá (si es que está presente) y después con los hermanos (si hay). Empieza lo que se llama apego y se convierte en una danza continua. El tipo de apego que desarrollamos en la infancia determinará el tipo de apego que desarrollaremos en relaciones posteriores. Como nos aprendimos a relacionar de niños, nos relacionamos de adultos.
La relación es una danza, es un viene y va de proyecciones. Nuestros amigos o amigas lo son porque compartimos algo con ellos o ellas, proyectamos y ponemos cosas que nos
hacen sentir seguros. Cuando la relación se deteriora, una de las personas se va, se aleja o simplemente deja de existir, sentimos que la persona se llevó eso que le pusimos.
Es entonces que en el trabajo de duelo hay que saber qué pusimos en la otra persona que nos hace sentir ese vacío para recuperarlo y crecer.
Como en cualquier relación cercana y que me importe, puse cosas en Rubí, algunas de ellas se las dije, otras se quedaron en mi mente. Veía en ella a una mujer atractiva, con una sonrisa inigualable, carisma natural y un talento visible para la música. Cuando la conocí rápidamente me di cuenta que teníamos el mismo tipo de personalidad (eneatipo 3), sólo un 3 reconoce a otro 3. Me cayó muy bien e hice amistad con ella. La invité a participar a mi orquesta de amigos y agradecí mucho que se pusiera la camiseta, de alguna manera era como la integrante perfecta para el grupo: comprometida, sencilla, trabajadora, fiel y talentosa. Creció con nosotros y crecimos junto con ella. Nos acompañó a la gira del caribe y Belice y nos divertimos bastante. En verano pasado fuimos a pasear a las ruinas de Edzná y pude conocerla un poco más, sus motivaciones en la vida, la relación con su familia, cómo salió de su ciudad a estudiar a Xalapa y cómo le gustaba el canto. Estaba gestionando que su ensamble vocal fuera a su estado.
Evidentemente todo lo que hablo de Rubí es una proyección mía. Todo lo que veía en ella era algo mío que ahora me duele no tener. Una vez que me doy cuenta que lo que me duele tiene que ver con mi ego comienzo a verla.
Y cuando comienzo a verla es que empieza mi conflicto. Qué hay después de la muerte?, En dónde está ella?, Cómo esta?, Está triste por ver como estamos o está contenta?, Las personas jóvenes como ella deberían de estar contentas por no estar aquí? Deberían estar tristes? Son preguntas que me dan vuelta la cabeza estos últimos dos días. Tengo muchas preguntas que sólo obtendrán respuesta con el tiempo y con terapia. Rubí llegó a mi vida para espejearme mi amor propio, poder ver mi atractivo con mis rasgos étnicos, aceptarme, poder reconocer mis actos y ver mi propio compromiso.
Tal vez una vez que haya recuperado todo lo que puse en ella (que cada día es más de lo que imaginé) pueda empezar la calma.
Gracias Rubí por darme tanto, tu partida me motiva a decirle a toda persona lo mucho que la admiro y no inferir que mañana va a estar para tener oportunidad de hacerlo.
En donde estés y de la forma que estés, te quiero
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